
Aunque el castillo es el elemento más evidente, no es lo único que llama la atención en esta ciudad. En la plaza central muchas personas se sitúan alrededor de un gran tablero de ajedrez, mientras a un lado, encima de una gran bola dorada, un individuo con camisa blanca mira los movimientos de las piezas del tablero.
Más allá la parte vieja de la ciudad con sus estrechas calles y empedrados suelos. Afortunadamente los habituales luminosos o los coloridos carteles y toldos que se incrustan habitualmente en el mobiliario urbano han sido reemplazados por radiantes y antiguos carteles de madera y oro.
Fastuosos edificios de piedra blanca y pequeños parques con cuidados bustos, discurren al igual que el río que cruza la ciudad. Cerca del mismo, un caballo que tira de un carruaje relincha asustado. El tener tantos y tan diversos medios de transporte tendría que tener sus contras. En lo alto las numerosas torres de muy diversos verdes adornan el cielo azul que hoy nos ha acompañado.
Sin lugar a dudas Salzburgo es una de las joyas de Europa. Desgraciadamente no todo fue bonito porque en el día de hoy, se nos ha olvidado dejar las llaves en el hostal y creo que nos van a cargar un dinerito en la tarjeta.
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